Por: Miguel Villaverde Cisneros
Luz: ¿Por qué no apareciste antes?
lobo: Seguro, aguardaba este momento. una presa al asecho.
Luz: Una parte de mi dice: No; y otra dice: Si.
– Vayamos despacio. Veremos que pasa.
lobo: Si, está bien. Yo iré a tu ritmo. Le dijo, mirándole el cuello.
Luz: Veamos qué pasa.
Unas cargadas copas después…
lobo: Quédate conmigo esta noche.
Luz: No me puedo quedar.
lobo: Sólo un rato.
Luz: Que le diré a mi hermana. No recuerdo qué le escribí, estoy ebria. Su celular se apagó en ese instante.
lobo: No te preocupes, te llevo a media noche (mentira del lobo).
Luz: ¿En serio?
lobo: si en serio. (Sin credo, sin Dios). Con su presa al asecho.
Nos quedamos solos, con una música precisa y un escenario romántico. Todo un accidente fantástico.
Luz: ¿Bailamos?
lobo: Claro.
Duró escasos segundos el baile. Besos prohibidos y sedientos de lujuria se abrieron paso entre las luces de colores.
Intensos minutos más tarde…
Luz: ¿En serio me llevarás a media noche?
lobo: ¿En verdad creías que lo haría? Era el cortejo.
Luz: Okey. Me mentiste.
Minutos más tarde. Luz parecía el lobo por momentos…
El infortunado gatito que lleva el nombre del lobo, se sube una y otra vez a la tarima, en busca de un lugar cálido para dormir. El lobo lo bota cómo diez veces. No se daba por vencido. Su amigo Peluchín atento todo el rato, no lograba conciliar el sueño tampoco. Era algo imposible, a cualquier sonido recurrente, él estaba con la mirada atenta.
Camino a casa de Luz, seis horas después de lo pactado. Ya el lobo desvanecido entre el sueño y el frio de la densa mañana de invierno. Se decía asimismo «travesura cumplida». Aveces se encuentra con una dulce emboscada del azar.
Iremos despacio, decían.
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