Turismo

La vida no es sueño

Por: Miguel Villaverde Cisneros

13/05/20

Era las cinco y media de la tarde de ayer. No pude seguir la siesta luego del almuerzo. Afuera ya hacía un frio otoñal. Por la noche logré dormir por segunda vez, cosa que no me ocurría hace mucho, fue gracias a unas pastillas que me recomendaron para la fiebre, me tomé dos.

Normalmente, me cuesta mucho dormir de noche. Cansado siempre de tomar ansiolíticos: Clonazepam, alprazolam, etc; para poder conciliar el sueño. Pero creo que esas pastillas ya no surten efecto y no creo que sean la solución al insomnio que me acecha en las noches. Prefiero a veces ver series en Netflix o algo en Youtube hasta que me de algo de sueño, normalmente a las tres o cuatro de la madrugada logro dormir algo, a las seis y media o siete, hay que levantarse a empezar el día.  

Con el sueño, tengo una contradicción no resuelta. Las pocas veces que logro dormir, tengo sueños recurrente desde que empezó la cuarentena. No sé cuándo estoy, ahora todos los días se parecen tanto. Dará igual que sea Lunes, viernes o domingo. Sólo sé que cuando salgo de mi casa cargando todo el peso de un de la mañana, estoy preparado para enfrentarme a lo peor.

Con el sueño, suelo tener una lucha encarnizada para concebirlo, ingreso a un mundo de fantasías y episodios inéditos de mi vida, que me han acompañado desde la niñez; donde tal vez, ahora en aislamiento, sea el único lugar en el que puedo encontrarme con los que más quiero y no puedo ver, o traer a la vida a los que ya perdí o perdimos, tal vez darle otro final, algo más piadoso. Por una extraña razón suelo despertarme antes de que esto último ocurra.

Mi primer sueño, fue que estaba en Plaza San Martín, con una de esas “enamoradas al paso” que solía tener, escuchamos bombas lacrimógenas en la calle y empezamos a huir despavoridos de la manifestación que nos había convocado, ella trastabillaba y yo la levantaba. Nos perseguían policías disparando balas de goma, nosotros solo atinamos a correr sin rumbo definido, la adrenalina era única. Más allá nos ayudaron unos amigos en su camioneta. Desperté de manera intempestiva por la tarde, con angustia y fue inevitable pensar en las personas que se encuentran obligadas a salir a trabajar para poder alimentar a sus familias, pero se les prohíbe y persigue para “cuidarlos del virus”. Nada más absurdo e inhumano.

Los sueños también me permiten transportarme a mis lugares favoritos, uno de estos es el Cerro de Villa María. Nos íbamos con los compañeros de clase, a tomar un trago de nombre un poco raro. En mi sueño era ron, pero en la vida real, era algo que no se diferenciaba mucho del kerosene. Soñé que, por una extraña razón, besé a mi amiga, después que ella había vomitado, luego varios hicieron lo mismo. No recuerdo su nombre.

Por la noche, tuve otro sueño: estaba en la casa de mi abuela y tenía doce años de edad. Le cantábamos «Feliz cumpleaños», en la víspera de año nuevo, con mucho esfuerzo le habíamos comprado una torta de lúcuma. Ella con su sonrisa achinada y muy tierna, nos sonreía. Ella falleció hace tres años; la extraño, pero sé que me acompaña, mis sueños son prueba de ello.

Espero no morir en la cuarentena, porque me gustaría encontrar el final de algunos sueños y reconstruir otros.

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