Por: Miguel Villaverde Cisneros
31/12/20
Se va un año que muy pocos quisiéramos recordar, el peor que me ha tocado vivir, un año de dolor, muerte e indiferencia. Dónde miles de familias han sufrido la tragedia de perder a sus seres queridos, dónde millones de personas han padecido los embates de la crisis y se quedaron sin sus empleos, y aquellos que cuentan con algún empleo, sienten la incertidumbre del despido, obligados a laborar en condiciones de sobreexplotación, con salarios injustos y sin derechos.
Sin dudas, un año que ha desnudado por completo la crisis y la podredumbre en la cual hemos estado sometidos por las clases dominantes, que se han enriquecido a costa de la desgracia de los que menos tienen. Dónde muchos jóvenes han visto truncados sus estudios, se ha profundizado la pobreza y pobreza extrema, la gente totalmente indefensa frente a la corrupción, los feminicidios, los asaltos y asesinatos.
Para nuestro país, este 2020 ha significado tres presidentes, confrontaciones insensatas entre el Parlamento y el Ejecutivo por un viejo motín: El Estado. Disputas de poder en las alturas, a expensas del desamparo de millones de peruanos. Agregando un capítulo más de la crisis política a la crisis ya existente. Olvidándose de los verdaderos problemas del país. Haciendo del Perú uno de los países con mayores niveles de contagio y mortandad a causa de la covid-19, cuando incluso se anuncia una segunda ola más mortal. Sin embargo, aún no se ha adquirido ninguna vacuna. Esto nos ofrece la clase política.
Si estamos en esta situación no es a causa de la gente, sino de los grupos de poder que han gobernado de espaldas de la gente. Son un puñado de corruptos y apátridas los grandes responsables del atraso en que vivimos, los que recurren al engaño, a la manipulación mediática y la represión para mantener sus privilegios de clase.
El Sr. Sagasti no puede ni pretende salirse del libreto neoliberal y hasta la fecha no ha cumplido su promesa de sancionar a los responsables de la feroz represión contra las marchas juveniles que ha cobrado decenas de heridos y la muerte de los jóvenes universitarios Inti Sotelo y Bryan Pintado, y ahora es el responsable de la represión que se ensaña con los trabajadores de las empresas agroexportadoras, provocando la muerte del joven jornalero Jorge Muñoz y los dos recientes asesinatos en Virú. Frente a un pueblo que se levantan para exigir mejores condiciones de laborales y salarios dignos; los pequeños y medianos agricultores movilizándose en defensa del agua, del medio ambiente y de nuestra soberanía.
Nota aparte para el inefable Kevin, me es difícil llamarlo alcalde. Muchos aún preguntamos por su paradero. Tal parece ser, que el 2020 ha pasado tan rápido que no le dio tiempo de hacer nada. Una total ineficiencia en la administración y gestión pública. Tengo la impresión que no está cómodo en el cargo. Se siente atado de manos, siendo víctima de sus propios errores, de los innumerables procesos y denuncias por malos manejos durante y antes de la pandemia, por su falta de sensibilidad frente a las víctimas de la deflagración, por su falta en liderazgo y empatía para abordar los problemas del distrito, como la crisis sanitaria y la inseguridad. Se hace necesario un cambio de rumbo que conduzca a nuestra ciudad a recuperar el rótulo de “ciudad mensajera de la paz” y no de ciudad mensajera de la corrupción, de la indiferencia y la violencia.
Este año, nos permitió ver el Perú que nos negábamos a ver. Sus flaquezas, sus frustraciones, conocer su triste realidad, la indiferencia de los que más tienen y de aquellos de saco y corbata que robaron sin remordimiento. De la precariedad del Estado para resolver problemas y la corrupción que campea. Nos permitió ver, quienes se aprovecharon de la destroza situación para sacar ventaja, jugando con la desesperación de la gente para recortar sus salarios o despedirlos. También nos permitió ver y sentir en carne propia aquellos que especularon con los precios de productos básicos, y los que cobraron abusivamente los medicamentos.
Haciendo de todo esto, la esencia del neoliberalismo. Ganar a costa de la desgracia ajena, lo más egoísta que se ha visto.
Sin embargo, este año también ha dejado cosas buenas, me permitió conocer la grandeza de aquellos que, no teniendo mucho, son solidarios con nuestros hermanos. A cientos de personas organizándose para llevar un sustento a su hogar y combatir el virus de la indiferencia. A las madres de las ollas comunes levantándose muy temprano a cocinar para sus familias, a los dirigentes haciendo maniobras impensadas para agenciarse de donaciones, a miles de personas que al perder su empleo no tuvieron más remedio que ser ambulantes para sobrevivir, vendiendo lo que sea. La solidaridad demostró ser más contagiosa que el virus. Cómo no sumarme a esa causa. Lo hice a expensas de mi familia, de mis amistades y de mi propia vida.
En esta pandemia he aprendido a valorar la vida y a mi gente, a vivir cada instante como si fuera el último, a ser solidario con el que necesita, a cuestionar el sistema por inhumano y a ser más humilde. Creo que esta pandemia nos enseña mucho de lo que no debemos hacer como sociedad y que cambiar está en nuestras manos. Que nada es imposible si nos organizamos y abrimos paso a un Perú nuevo.
Se cierra un año nefasto y oscuro que no podremos olvidar, pero se abren oportunidades de cambio. Porque si algo nos ha enseñado esta crisis, es que necesitamos cambios realmente profundos en la sociedad peruana.
Feliz 2021 de esperanza, a todos y todas.
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