Por: Miguel Villaverde Cisneros
03/05/2020
Hoy tengo mucha nostalgia para escribir, un dolor profundo me invade. Muy temprano recibí un mensaje que me dejó prácticamente en shock.
– Amigo, camarada, mi abuelo ha fallecido
En este teléfono, no tenía registrado el número que me llamaba insistentemente, pero sabía que se trataba de un camarada y el único que estaba hospitalizado era mi entrañable profesor y amigo Yataquito, como le decíamos de cariño. No tuve más ganas de continuar el día, un domingo realmente trágico.
La noticia que no tardó mucho en hacerse viral.
Conocí a Yataquito el 2003, cuando entré a la secundaria en el Tupac Amaru II. Él era director del colegio, era alguien muy dedicado a su trabajo. Una persona noble, sencilla, alegre; gentil y muy amable. Quizás me falten palabras para describirlo en plenitud. Pero hacía de su compañía un agradable momento.
Siempre lo vi como un maestro dedicado y luchador, al frente de su querido SUTEP, defensor irrenunciable de la unidad de los maestros; Yataquito, librando en su momento muchas luchas al lado del legendario Horacio Zeballos Gámez, fundador del glorioso SUTEP. Cuyas anécdotas nos la contaba con mucha pasión.
Al principio no lo trataba mucho, por esas cosas de la juventud, recuerdo que nos reusamos a pagar la festidanza, y pues no tuvimos mejor idea que tomar el colegio. Naturalmente el director no tenía mucho que ver en esto. Pero al no ver salidas, nos atrevimos a hacer ello y fuimos castigados por nuestros profesores. No tardó mucho en enterarse, intercedió para que no nos sancionen y fue donde me confesó su militancia comunista. En ese entonces no entendía mucho de política, pero luego entendí. Me prometió no contarle a mi padre, creo que cumplió su promesa.
Luego de un tiempo, ya en la universidad empiezo a participar de la política y comparto una amistad y compañerismo muy sincero con Yataquito. Me tocó militar junto a él, en Villa el Salvador, en algunos momentos él era mi dirigente y otros momentos lo era yo. Pero siempre comprometido, siempre presente a pesar de todo.
Fue quizá la etapa que más compartí con él. Creo que como militante hizo un buen trabajo, toda su familia: hijos y nietos comprometidos militantes de Patria Roja. Muchos de ellos maestros como él. Dignos continuadores de su legado.
La última reunión que compartí con él, tuvo lugar el día de mi cumpleaños.
No hace dos meses, que estábamos junto a varios camaradas y familiares en mi azotea, celebrando mis 29 años, me trajo una botella de tres litros de cachina chinchana como regalo, la quise guardar, sabía de su calidad, pero estaba tan rica que sólo pude guardar un poco. Me dedicaste unas palabras de elogio, las cuales no merezco o estoy lejos de alcanzarlas. Lo dijiste con tanto sentimiento que nadie pudo frenarte.
Estaba yo un poco ebrio, te dije que el poco de cachina que me guardé, me lo tomaría con usted cuando regrese a mi casa. No me lo tomaré sólo. Aún lo guardo, algún día usted volverá y brindaremos juntos, cómo lo hacíamos cuando irrumpíamos en su casa después de las marchas en Villa el Salvador.
Para mí, personas como usted, no merecen llamarse muertos, usted vive en nosotros, su legado seguirá vivo. Me revelo a la realidad y a llamarlo muerto, porque usted está en nuestros corazones; un maestro honesto, un camarada, un amigo. Me temo que será difícil luchar sin usted, porque su ímpetu, su lucha, es la nuestra y nos acompañará en espíritu, en cada gesta, seguiremos su ejemplo. Vivirá usted siempre en nuestros corazones.
Cuanto lamentamos no poderte dar la despedida que te mereces. Estaremos siempre en deuda contigo. Director, maestro, camarada, amigo, muchas gracias por todo.
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