por: Miguel Villaverde Cisneros
27/04/20
Este mes de abril ya carga consigo situaciones muy complicadas y especiales, en este mes de abril mi pequeña Vilma cumplió dos años en plena pandemia. Le hicimos una fiesta simbólica entre su mami y yo; una torta de guanábana, la cual tuve que jalonearla a otro señor que la había comprado un poco antes, y algunos dulces que a la fecha se han vuelto parte de nuestra dieta familiar, música de fondo, la que le gusta a Vilma y la decoración que se esmeró en hacer su mami. Este año no fuimos a Chimbote, como estaba planeado, pero hicimos una video-llamada, con todos sus abuelos, menos mi madre que falleció hace unos pocos años, motivo por cual lleva su firme estampa.
La pequeña Vilma, mi pequeña Vilma, llegó al mundo en circunstancias extremadamente complejas. Ella y su madre corrían serio riesgo de morir por la preclamsia y las estimulaciones forsozas que era sujeta para dar a luz de manera natural. Esto fue en vano y tuvo que nacer por cesaría, ya se había pasado los nueve meses que dura el embarazo. Era muy probable que una de ellas muera por lo complicado del parto, y de cierto modo ya me había hecho la idea de vivir con una de ellas. Pero los genes me traicionaron y encimé de manera impulsiva a la doctora a cargo, en un escape épico del cual mi suegra es la única testigo, pude salvar a las dos del manto oscuro y fúnebre de la muerte.
Greysi y yo, somos padres de la pequeña Vilma, una niña tierna, inteligente y muy cariñosa, quizá me falten argumentos para describirla en su tono real. Pero a veces también intrépida y muy imponente. Nada de esto último aprendido en casa. Lo cual conlleva a reflexionar sobre algo que anduve pensando hace casi un par de décadas y me juré constantemente, algún momento descubrirlas. Soy quizá de memoria frágil de vez en cuando, pero las promesas que me hago a mí mismo, nunca las olvido y las cumplo a fuego y balas.
Abril del 2020, afloran en estos tiempos difíciles muchos sentimientos escondidos, de quienes han logrado subsistir con sus familias; pues, muchas veces el concepto de familia camuflado en una necesidad monetaria, ante la crisis se hace esto más evidente. Me recuerda este tramo a un pasaje del Manifiesto Comunista, que reza así: “La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero”. (C. Marx y F. Engels, 1848). Esto parece haberse evidenciado en muchos tramos de mi relación y en general.
Entonces. ¿Qué es lo que pasa? Pues, los genes. ¿Quiénes son los Cisneros? Vaya pregunta, que ni yo mismo sabré responder a pesar de también llevar la estampa.
Los Cisneros, somos una raza indomable y de cierto modo incomprendida, mi abuelo Jushtico, un militar marino de quien hablaré en otro artículo, decía que era nuestra sangre: «Los Cisneros somos unas mierdas», decía. A veces me siento más Cisneros que Villaverde; somos déspotas y hasta cierto punto dominantes. A veces sentimos amenazados nuestras entrañas cada vez que alguien osa de invadir nuestro dominio, con una verdad a medias. Los Cisneros somos los dignos herederos la perversidad y no de la maldad; mejor dicho, de la verdad que queremos ver. A veces construimos un mundo de fantasía para tapar nuestra realidad y escapar sutilmente de ella, con total impunidad. Parece ser algo en el ADN, que no resiste mayor explicación, sólo nuestro afán indiscriminado de justicia a ciegas a nuestro modo.
Vilma y yo, pertenecemos a ese clan. Estos dos años llevo ejerciendo una paternidad sosegadamente implacable de grandes conflictos existenciales, con mi pequeña Vilma, calco mejorado de Wilma.
La amo tanto, que a veces prefiero evitarla, la actitud de Greysi en este tramo de la cuarentena, que más parece un arresto domiciliario, confinado con la peor versión de nuestros convivientes. ha desnudado mucho a la Greysi que conocemos, ha cambiado mucho en su relación con nosotros: su familia. Es más irritable. Aquella que me juró amarme por siempre, me hace la vida de cuadritos. Cada vez que estalla, dice cosas muy hirientes, que quiebran hasta el alma más fría y ajena a todo sentimiento firme. Hiere de muerte a la frivolidad. Pone en cuestión nuestra propia familia. Me recuerda hasta el cansancio, que fue el más grande error que haya regresado conmigo. Pero sin embargo ella sigue aquí, resuelta a continuar su propia masacre. Es tan grande la desdicha que suelta zigzagueante de sus labios furibundos, que alguna vez llenaron de ternura los mios, ahora sólo son amargura en un destello y desprendido en el arrepentimiento, al cual soy ajeno en todo momento.
Esta simbiosis entre la bipolaridad y locura empedernida, hace de los Cisneros una raza especial. No aquella traficada de su tío. Aquel que dice que es una raza distinta, intentando justificar algunas limitaciones de índole intelectual. Nosotros lo somos con evidencia de hecho y siempre estaremos orgullosos de nuestra sangre a pesar de todo.
Mató el día 42 de la cuarentena, con un sinsentido; fue una discusión no tan fuerte, pero si profunda y desgarradora, me hundió en melancolía. Pues, me obliga a plasmarlo en letras como única salida; sea por desfogue o por ser una evidencia escrita. Porque mi orgullo no puede contenerlo, no puedo divorciarme de mi mismo, no puedo conmigo mismo. Esto somos los Cisneros, una estirpe incomprendida. No podrás con nosotros. Ni tu, ni el coronavirus.
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